Hay días en los que me encuentro soñando acerca de una mágica ciudad donde todo es bello y el sol brilla más que en cualquier otro lugar del mundo. Es una ciudad donde el idioma enamora, donde los violines suenan al compás de mis pasos. Y el río, tan presente, me acompaña en mi camino a través de sus orillas. Allí donde la torre de hierro, la doncella, se ve desde casi cualquier parte. Y hasta en un día bueno se puede ver la basílica, allí a lo lejos, toda blanca e impoluta.
Es un cliché, tal vez, caer rendido a los pies de la magnífica París, lo sé. ¿Pero quién se atrevería a no hacerlo?
París es maravillosa para un francófilo (dícese de las personas que aman el idioma y la cultura francesa), y ciertamente yo lo soy desde que me inscribí en la Alianza Francesa de Buenos Aires para estudiar ese idioma. Tuve presente el mapa de Francia, clase a clase, ante mi vista, sin siquiera imaginar que algún día… Oh, algún día, llegaría París a mi vida.
Como ya dije recientemente, las grandes ciudades se sienten inabarcables. Hacen al más viajado concebirse como una pequeña alma insignificante en un océano de gente que viene y que va. Yo, que no soy de lo más viajada que se pueda encontrar (aunque he viajado, claro), no tuve problemas en lo inmanejable de París. ¿La ciudad es un caos? Me encanta el caos. ¿El metro siempre viene lleno? Es porque la gente ama ir de un lado al otro en este lugar. ¿Hay olores desagradables? No importa, es París.
Es una de esas ciudades que uno conoce aún antes de poner un pie en ella. La vimos en tantas películas que no pondríamos en duda que sabemos todo acerca de París. Y, sin embargo, cuando creemos que así es nos equivocamos tanto…

París es bella, no vamos a ponerlo en discusión. Pero… ¿no la estaré idealizando?
Desde que la vi, algo de ella me atrapó, algo de París vive en mí. ¿Serán las palabras de Cortázar que nos hicieron soñar con un Horacio Oliveira que se encuentra con una Maga y son felices en la Ciudad de la Luz? Sería fácil alcanzar el “Cielo” con París como escenario, ¿no?

No obstante, la ciudad capital de un país (donde todas las decisiones se toman, bien o mal) no engendra siempre el mismo sentimiento en todos. No es fácil amar una capital, no. Porque todo lo que importa en esas ciudades es quién manda y quién saca la mejor porción de la torta. Supongo que al sur, en la Côte d’Azur, podría ser feliz también. O en Lyon o en Marseille.

Pero es París la que me encanta… ¿Por qué París?
Por sus encantadores cafés, donde todos miran a la gente pasar.
Por sus jardines mágicos, verdes espacios donde alguna vez todos fueron nobles y reyes (y rodaron cabezas).
Por sus serpenteantes callecitas, que te hacen perder pero qué importa.
Por su rica historia, que hemos aprendido en la escuela.
Por el ideal, el que siempre resuena en mi cabeza (Libertad, Igualdad, Fraternidad).
Por el río Sena, que debe ser el más hermoso río que atraviesa una ciudad (de los que haya visto).

Si me preguntan por un lugar al que siempre volvería, no tengo dudas que sería París. Tal vez soy más fan de Cortázar de lo que creo, y para mí la Ciudad de la Luz es como la veía él (más real) y una pizca como la ve el Cine (más idealizada), que con tantas películas la ha representado.
A veces es real, a veces no. Tal vez ése es el enigma: descubrir cuál de las dos ciudades es la verdadera ciudad. ¿La que vemos o la que queremos ver?
Lo gracioso es que quería con muchas ganas visitar la tumba de Julio Cortázar cuando estuve en París pero no me alcanzó el tiempo. ¿Será que quiero volver para decirle ‘gracias’ por esa ciudad imaginaria que me regaló, mucho antes de conocer la verdadera?
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PS: Este año se cumple el 50° aniversario desde que Rayuela salió a la luz. ¿Cómo puede ser tan actual? Quien no haya leído esta genial obra, se la recomiendo.