Cuando era chica, en la escuela tenía que aprender distintas cosas acerca de las regiones de mi país. Recuerdo que este tipo de aprendizaje tenía lugar generalmente en la clase de Geografía. Una y otra vez nos repetían que en la Patagonia hace frío y en el Noroeste hace calor, y que la Región Pampeana es húmeda y propicia para la agricultura. Pero cuando las maestras hablaban de la Región de Cuyo, nos contaban acerca de dos cosas: la vid con la que se hace el vino, y el Valle de la Luna.

Por muchos años creí que el Valle de la Luna era un lugar mágico, que seguramente era de difícil acceso y que jamás lo conocería (era bastante pesimista, ahora que lo pienso). Sin embargo, en enero de 2011 tuve el placer de visitar junto a mi novio la ciudad de San Juan. Y me dije: “¿Estoy acá y no voy a visitar el Valle de la Luna?”.
Le insistí a mi novio para que consultáramos en una agencia de viajes –algo que no solemos hacer- para contratar una excursión al Valle de la Luna, ya que no se puede visitar en transporte público.
Al comentarle al señor de la agencia que queríamos visitar Ischigualasto –su nombre original en diaguita, que significa “Valle de la muerte”-, nos bajó a la Tierra de un hondazo. “Miren que mañana puede llover, no sé si se va a poder ir. Ayer cancelamos una excursión porque había llovido y el camino estaba imposible”. No quería irme de San Juan sin conocer el mítico Valle de la Luna, así que le dijimos que no importaba, que nos avisaran al día siguiente por teléfono si se iba a poder realizar el viaje.

A la mañana a las 7 am sonó el celular de mi novio. Era el guía informándonos que estaban en la puerta de nuestro hotel. Me alegré porque era un buen augurio: si nos habían venido a buscar era porque el viaje se iba a poder realizar. Aunque no era del todo así: el guía nos preguntó a todos los que estábamos en la camioneta si queríamos ir aún arriesgándonos a no poder llegar, ya que no tenían certezas de poder acceder por la ruta ya que es de tierra. Obviamente, todos –aproximadamente diez personas- dijimos que sí. Y nos aventuramos.
Durante los 330 kilómetros que duró la travesía en la combi, pudimos ver los increíbles paisajes de la provincia de San Juan. El Parque de Ischigualasto se encuentra casi en el límite con La Rioja, por lo que no está tan cerca de la capital de la provincia como yo creía. Cada kilómetro valió la pena, salvo cuando paramos en el Monumento a la Difunta Correa, un lugar sobrevaluado para mi gusto.
Cuando llegamos, era casi mediodía. Nos recibió el guía, un descendiente de los primeros guías que tuvo Ischigualasto. Al ser autóctono de la zona, sabía mejor que conocía mejor que nadie el lugar. Cabe aclarar que el valle es árido, seco, y se recomienda llevar gafas de sol, sombreros, mucha agua y todo lo que nos permita cubrirnos de los intensos rayos solares.
Ischigualasto es una gran cuenca sedimentaria de 50 kilómetros de largo por 15 de ancho depositada durante el Triásico, aproximadamente hace 200 millones de años. Es increíble que este lugar estuviese cubierto de agua en la época de los dinosaurios. La erosión y la lluvia fueron creando formas que fueron nombradas por los hombres como “El gusano”, “El hongo”, “La esfinge”, “Cancha de bochas”, entre otras.
Los antiguos habitantes, que transitaron Ischigualasto hace unos 700 años, fueron los primeros en descubrir esqueletos de los dinosaurios. Por eso lo llamaron Ischigualasto, que significa “Valle de la Muerte”.

Más allá de esto, puedo decir que el Valle de la Luna es un lugar que me dejó impresionada. También me hizo pensar en la sabiduría de la naturaleza y en los cambios a través del tiempo. Bajo mis pies, tal vez, habían caminado dinosaurios millones de años antes de que yo naciera, y ahí estaba, toda pequeña en la inmensidad. Si ellos habían desaparecido, ¿por qué nosotros no?
Hicimos el tour por todas las figuras geológicas importantes, aprendimos sobre erosión y cómo se sedimentan las rocas y la tierra. Al final del recorrido, visitamos el Museo de Ciencias Naturales, donde nos hablaron de los primeros dinosaurios descubiertos en el valle. Fue muy interesante.
Me acuerdo de las indicaciones –y también lo mencionó nuestro guía- acerca de la prohibición de llevarse cualquier tipo de piedra del lugar. Es increíble creer que la gente se robe importantes piezas de la historia del mundo sólo para llevarse de recuerdo a casa.
Recomendaciones: tratar de no ir en verano (es para morirse de calor), evitar las épocas de lluvia porque el parque no abre si hubo precipitaciones los días anteriores o el mismo día; vestirse con ropa liviana y cómoda; usar lentes de sol y gorro; llevar provisiones como agua o algún bocadito porque no van a poder comprar nada durante varias horas –no, no hay puestos de comida en medio del valle-. Hay un restaurant en la entrada del valle, eso es todo lo que verán parecido a un lugar donde puedan comer (no es la gran cosa, no hay variedad y es caro). Me gustó la mini-feria hippie de artesanías junto al restaurant: me compré un llavero de un dinosaurio hecho en arcilla (lamentablemente se me rompió unos meses después).
Y después de todo, ¡valió la pena arriesgarse y hacer la excursión!
hola nair, es el próximo viaje que vamos a hacer. desde ya!
Gracias papá! les va a encantar! besos!