Si bien no me fui una gran cantidad de tiempo, volver fue un poco chocante. No entender nada de nada, pero nada eh. Ni saber qué hora es, ni comprender por qué tenes sueño a las 3 de la tarde, querer comer todo el tiempo, desmayarte de sueño a las 10 de la noche, despertarte a las 6 de la mañana… En fin, el jet lag post-Sudeste Asiático pega fuerte.

Tengo muchas experiencias en mi mente, en mi corazón, en mi alma, que antes no tenía. Aprendí muchas cosas, me reí mucho, me sorprendí e incluso fui estafada tal como advertía la Lonely Planet que podría suceder. En fin, por mucho que hayas viajado antes, nadie te salva de la estafa pero tampoco de los buenos momentos (una de cal y otra de arena).

Hoan Kiem lake Hanoi
Lago Hoan Kiem, en Hanoi

Me enamoré de Asia. Llegar desde Occidente luego de 35 horas de vuelos y escalas te enfrenta a una nueva realidad que, sumado a tu jet lag, te deja un poco atontado por días. Después, cuando te aclimatas, hasta incluso comés con palitos y te acostumbras a desayunar cosas que no comerías en casa (por ejemplo, un omelette en ayunas). En Asia todo es nuevo para nosotros y somos terriblemente extraños para todo el entorno. Te miran como si fueras un turista del susodicho Primer Mundo, pink-cheeked people (un yankee o europeo) y lo más gracioso es que esos yankees o europeos te convierten en su par solamente por no tener ojos rasgados y ser occidental. Muy loco todo.

Taling Chan Floating Market
Mercado flotante Taling Chan, en las afueras de Bangkok

Tengo ideas muy desordenadas todavía. Tengo un desajuste de horarios importante también. Por eso, en este estado, creo que es mejor hacer una lista de los mejores y peores momentos de este para resaltar:

Peores momentos (se empieza siempre con lo peor)
  • El premio se lo llevan las millones de horas de vuelo que tenemos que sufrir viajando desde Sudamérica. ¿Por qué, Dios, por qué? A la ida no pudimos tomar el primer vuelo en conexión desde Doha, Qatar, porque estaba sobrevendido (y nosotros viajamos sujetos a espacio por utilizar «staff tickets», es decir, de empleado de una aerolínea). Nos quedamos durmiendo (o intentando dormir) en el aeropuerto de Doha durante 6 o 7 horas más. Un embole.
  • El clásico «sobreprecio al turista». No sé si le harán lo mismo a los turistas asiáticos, pero en todos lados a los que fuimos nos cobraban más que a un local. Esto es común, por lo que pude apreciar, y no está mal visto. Por ejemplo, vas a un puestito donde venden bebidas y les señalas una botella de agua mineral, o se las pedis como puedas (te hacés entender) y les preguntás «How much is this?». Se quedan pensando. «30 baht/20.000 dongs/1 dollar», te responden. Después vas al supermercado más cercano y ves que sale la mitad. Sentís la estafa en carne propia.
  • La estafa de verdad. Ojo con los taxis en el Sudeste Asiático. Por más que arregles un precio de antemano que te parezca «justo», siempre te van a cobrar más de lo que vale. Es ley. Cuando llegamos a Bangkok, totalmente tontos y sin entender nada, el taxi desde el aeropuerto de Suvarnabhumi nos cobró 500 baht, aproximadamente 15 dólares. Días después, cuando hicimos el trayecto del segundo aeropuerto, Don Mueang, hasta Suvarnabhumi (que era más lejos que ir de éste a la zona de Khao San Road) nos cobró 425 baht poniendo el taxímetro. Por eso, si el taxista se niega a poner el taxímetro (que es lo que corresponde), regateen duro hasta que lleguen a un precio que quieran o puedan pagar. Siempre van a cobrar más de lo que realmente vale, pero si aceptan el precio que les ofrecés es porque supera lo que ellos esperan. Nadie te va a llevar en su taxi a pérdida. Y ojo con los taxímetros «tocados», que van más rápido de lo normal. Si ven algo sospechoso, se bajan o sufrirán las consecuencias, como me pasó a mí que pagué unos 10 dólares por unas 15 cuadras en Hanoi (estafa total).
  • El ambiente «reviente total farang style«. En thai, «farang» o «falang» quiere decir «extraño blanco». Así nos llaman a los turistas occidentales. Bastante descriptivo, ¿no? Bueno, cuando vayas caminando de noche por Khao San Road en Bangkok o en cualquier lado en las islas Phi Phi (o en el resto de Tailandia supongo que es similar), te vas a encontrar con anglosajones todos blancos (se nota que no vieron el Sol desde que llegaron) y ebrios hasta el tuétano, bailando y cantando en medio de la calle, meneando las caderas como si el mundo fuese a terminar mañana. Gritando, haciendo escándalo. A mí, como occidental, me dio vergüenza que los asiáticos se lleven esa imagen de nosotros. Yo no me siento identificada con el turista que va de fiesta total porque en su país no está permitido o las leyes son más duras (por ejemplo, Alemania, Estados Unidos o Australia), o incluso porque la fiesta se corta temprano en sus países de origen. Se revientan como si no hubiese mañana. Esto era más evidente en Koh Phi Phi, donde te ofrecían antes cerveza que agua porque te veían occidental, cuando vos solamente querías paliar un poco la sed y el calor. Es como si asemejaran occidental = ebrio = Homero Simpson.
  • Dejo un bonus track para el calor agobiante más asesino del mundo. Ya sé que fui en la época más calurosa del año, perdón.
Gran Palacio de Bangkok
El Gran Palacio de Bangkok, Tailandia
Buenos momentos (éstos son más)
  • Vamos a comenzar por lo más importante, es decir, la comida. Si bien como vegetariana estaba todo el tiempo alerta a los residuos de carne, pollo, cerdo o pescado que pudiese tener la comida, eso no me impidió pelar los palitos y entrarle al sticky rice (arroz «pegajoso») o a los rice noodles (fideos de arroz) con gusto.
  • Estar en contacto con una cultura totalmente distinta a la mía y aprender un montón de cosas, además de ver gente con un estilo de vida totalmente alejado del mío.
  • Conocer y charlar con gente de otros lugares del mundo, e incluso toparme con gente que sabía realmente dónde quedaba Argentina y preguntarme de qué parte, y responderme que Buenos Aires es una hermosa ciudad (y no sólo decir «Argentina, football, Messi, Maradona, eh ehh»). Loco, muy loco.
  • Visitar lugares increíbles como los templos de Angkor o Ha Long Bay. Estar en lugares con cientos de años (o miles) de historia, lugares super sagrados, es difícil de asimilar. No lo podía creer. Soñé durante meses con esos lugares y cuando estuve ahí no entendía que estaba sucediendo de verdad.
  • No todas las personas que se acercan al turista son malas. Al contrario, muchas veces la gente es buena y quiere acercarse o ayudarte. Conocimos gente muy amable y que nos trató muy bien.
  • Saqué unas fotos increíbles, no tanto por mi talento (?) sino por los paisajes y lugares hermosos a los que fuimos. Tengo casi 27 GB de fotos y videos.
  • Todo es increíblemente barato. No solamente te podés hospedar en un hotel de lujo por 20 o 30 dólares, sino que además podés comer por 1 o 2 dólares y tomarte una gaseosa por menos de 0,50 dólares. Consejo: recorrer los supermercados, ya que ahí no te pueden remarcar el precio por ser turista.  Y aunque te remarquen el precio, aún así es barato. Podés darte el lujo de cenar a un buen restaurant por menos de 10 dólares por 2 personas, algo que en Argentina no pasa.
  • Las ciudades que visité eran un caos, aunque en el buen sentido. Todo anda «mal» desde un punto de vista occidental (el tránsito, sobre todo) pero a la vez todo funciona en su lógica. Cruzar la calle puede ser una tarea difícil al principio, sobre todo en Hanoi, pero cuando le agarrás la mano es «pan comido».
  • Pasé el cumpleaños más largo de mi vida, que comenzó a las 00:00 horas del miércoles 14/05 en Bangkok (hora local) y terminó en Buenos Aires, unas 34 horas después.
  • Por último, lo más importante de verdad: conocer Asia te cambia la vida. Así te lo digo. Entendés muchas cosas que antes ni te imaginabas que podían existir o suceder. Te das cuenta que no son «todos chinos» como decimos acá en Argentina. Que hay diferencias sustanciales entre un chino, un japonés, un tailandés, un vietnamita o un camboyano.

Les dejo un videito de mi experiencia cruzando la calle en Hanoi. Salió medio movido y además apuntando para abajo un poco pero estaba intentando no morir y hacer el video al mismo tiempo. Sepan disculpar, además, el insulto final. Ahora sí, los dejo disfrutar del vértigo vietnamita.

Tengo mucho más para contar que iré abordando de a poco en los posts por venir. ¡No se pierdan nada de nada! ¡Suscríbanse al blog y reciban las novedades por mail!

 

Nair Felis Rodriguez

Nair Felis Rodriguez

Vivo en Buenos Aires desde que nací. Escribo este blog porque me gusta relatar mis viajes; viajo porque me gusta conocer, aprender, descubrir. Soy Lic. en Comunicación, viajera y blogger.
Previous post Mi primer contacto con Asia
Next post Mis primeras impresiones: Bangkok

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.